sábado, 28 de marzo de 2009

Queenstown (segunda parte)

Finalmente el barco llega, y poco a poco empezamos a embarcar. mientras camino por la pasarela, el guía (que está junto a la entrada para despedirse) les dice a las chicas japonesas que van por delante de mí "Cuidado con el techo", éstas (que no han entendido ni papa) se dan la vuelta, sonríen, y siguen caminando, y justo cuando cruzo la puesta oigo al guía que dice en voz baja y para sí mismo "Si no lo habéis entendido es vuestro problema". ¡Jajajaja! Es un genio.

En la vuelta apenas hay diferencias. Aunque se nota que el sol está en el cenit de su trayectoria porque ahora se está estupendamente en la cubierta de proa. Hasta que llegamos al muelle me quedo mirando las aguas azules en las que se refleja la luz del sol. Si no fuera porque hay una ligera brisa, la superficie del lago sería un auténtico espejo.


De nuevo en la ciudad, tenemos dos horas y media de tiempo libre.
La primera media hora estoy, básicamente, andando por lo que es el centro de la ciudad. No tiene nada de especial. Muchísimas tiendas y bastantes apartamentos (no hay que olvidar que Queenstown es uno de los principales centros turísticos de Nueva Zelanda).
Me sorprendo porque, lo siguiente que hago es comenzar a caminar hacia las afueras (digo "me sorprendo porque siempre me he quejado de las largas caminatas que tenemos que hacer siempre que vamos de visita a algún sitio. ¿Será que me estoy convirtiendo en un Martínez...?)
bordeando un parque que está junto al lago.
Al parecer, hoy hay alguna especie de evento en el lago y se ve constantemente a gente haciendo acrobacias con el wakeboard o cayendo con el parapente en medio de las aguas.


Prácticamente me paso todo el tiempo en el parque. Es precioso. No paro de tomar fotos, al mismo tiempo todas los paisajes me parecen iguales y distintos, pienso que en la siguiente imagen realmente captaré su esencia, pero fallo en el intento una y otra vez.

A las seis y cuarto cojo el autobús para ir al camping en el que vamos a dormir.
Allí cada uno se prepara su cena en la cocina común, y es bastante divertido ver como la mayoría de los japoneses están comiendo "noodles" (una especie de espagueti-fideo. Los hay de mil sabores y colores...). Yo, que no me quiero complicar, me preparo un sandwich, una ensalada, y de postre, fruta. Después estamos hablando un buen rato con los profesores. La verdad es que paso un rato estupendo, y compartimos muchísimas experiencias personales acerca de Nueva Zelanda, mientras los profesores nos cuentan un montón de cosas interesantes, como por ejemplo, el pequeño conflicto que hay entre la cultura británica y maori, donde los nativos piden un poco más de independencia. Mientras hablamos de esto, Sonia (una profesora) dice "Algo similar ocurre en España con Cataluña ¿no?" Después de explicar el gran problema de nuestra querida nación (incluyendo la situación del País Vasco), Sonia me dice que ella concedería la independencia a ambos. Yo pienso, "¿Por qué no cogemos el mapa de España, lo pasamos por la trituradora de papel, y a cada una de las diminutas porciones obtenidas le damos un nombre y una serie de derechos independientes?" No puedo evitar reírme.
Afortunadamente enseguida cambiamos de tema. Cuando los profesores deciden irse a la cama, nos quedamos algunas personas hablando durante algunos minutos, aunque somos un reducido grupo, porque tengo que admitir que sigue siendo bastante difícil entablar conversación que el ochenta por ciento del grupo, que es empeña en hablar japonés.
Cuando voy a cruzar el camping para ir a mi habitación me encuentro con que todo está a oscuras, pero gracias a eso puedo apreciar el cielo nocturno. Ni una sola nube. Me doy cuanta que desde que llegué a Nueva Zelanda no he observado las estrellas ni un sólo día. Recuerdo las noches en Alemania mirando el firmamento durante horas, hasta que me veía obligado a parar porque me dolía el cuello... Quién sabe, quizás algún día tenga la oportunidad de observarlas más de cerca...

Continuará...

viernes, 20 de marzo de 2009

Viaje a Queenstown

14 de febrero, 6 de la mañana, se activa la alarma de mi despertador.
Enseguida me levanto (pues esta noche no he dormido bastante bien, y básicamente estaba esperando que sonara la alarma) y me voy a la ducha mientras pienso que será especial en el día de hoy.
Scott me acerca a la universidad, donde me espera un autobús que saldrá a las siete y cuarto. Cada vez hay más gente,y los murmullos en japonés comienzan a hacerse notar para convertirse, una vez en el autobús, en el ruido de fondo. Era de esperar que el número de japoneses fuera dominante, pero yo esperaba que al menos algún que otro estudiante kiwi se apuntara a la actividad. Veo que me equivocaba.
Prácticamente la primera hora de viaje la paso intentando aprender los nombres de las chicas (tan sólo somos 6 hombres en este viaje; mejor dicho, cinco y medio: dos estudiantes, un profesor, su hijo, el conductor, y la mitad que falta, yo) japonesas que están a mi alrededor (Satumi, Noriko, Kanako, Satzski, Átzusa, Sayuri...). Es como intentar memorizar una serie de letras inconexas y carentes de sentido. Dificilísimo.
Tras dos horas y media hacemos la primera parada, en Alexandra, un pueblo con muy poco atractivo en el que la mayoría de las japonesas, "shopaholics" compulsivas, entran en tantas tiendas como pueden con la intención de comprar cualquier cosa (podríamos decir que este va a ser el proceso que se repita cada vez que haya algún comercio cerca).
De nuevo en marcha, no puedo evitar el caer dormido prácticamente hasta la llegada a Queenstown, aunque afortunadamente me despierto unos minutos antes en los que aprovecho para tomar algunas fotos del paisaje que me rodea.


A pesar de que ha estado lloviendo los dos últimos días, el tiempo nos sonríe y tenemos ante nosotros un cielo azul con algunas nubes sedosas que el viento domina a voluntad.
La primera actividad nada más llegar a Queenstown tiene lugar en un barco precioso, construido en 1912 y que conserva casi la totalidad de las piezas originales, por no olvidar que funciona con carbón. Pero no es el barco lo que más me llama la atención, sino el lago, con unas aguas cristalinas que me permiten ver el fondo sin ningún problema (siempre que esto sea posible, porque, entre otras cosas, este es el lago más profundo de Nueva Zelanda).


A bordo el ambiente es estupendo. En la parte central interior hay una especie de balcón que da a la sala de máquinas, donde se puede apreciar al motor en funcionamiento, y en la popa está un pianista que le da a la travesía una banda sonora de ensueño.
En cuanto me entero de que la sala de máquinas se puede visitar, no me lo pienso, inmediatamente voy allí y me quedo fascinado al ver toda la maquinaria en movimiento (no dejo de preguntarme cómo demonios alguien puede haber diseñado una máquina tan compleja)
Mi siguiente parada está en la cubierta de proa, donde uno puede sentir el viento acariciándole la cara (es entonces cuando me doy cuenta de que el barco avanza bastante más rápido de lo que había supuesto). No paro de sacar fotos, pero después de diez minutos he fotografiado todo lo habido y por haber, así que me apoyo en la barandilla y disfruto del paisaje hasta que el barco toca tierra de nuevo.


En la orilla en la que me encuentro ahora vamos a hacer una visita a una granja, donde las ovejas son las protagonistas (si aún no lo sabéis, Nueva Zelanda tiene setenta millones de ovejas frente a unos cuatro millones de habitantes), aunque también hay ciervos, yamas, y vacas.
Tras un breve tour en el que damos de comer a todos los animales que nos encontramos y disfrutamos del humor del guía (yo me muero de risa, aunque no sé si es que la gente no entiende lo que dice, o es que son todos muy serios), llega la hora del té o el café (como dice mi amigo el guía, "If you don't like tea and coffee, they serve coffee and tea in the same area". Por supuesto nadie se ríe...) Tras ponerme morado de pasteles (Dios mío que buenos estaban...) me voy al jardín. La casa es preciosa, situada junto al lago y a los pies de una montaña increíblemente escarpada.


A continuación vamos a ser espectadores de algo que no se ve todos los días: cómo se esquila una oveja. Pero antes observamos como el obediente perro pastor corre colina arriba para traer a algunas de las ovejas. Ya está todo dispuesto, todo el mundo sentado y el guía en el "escenario" preparado para dar la explicación magistral. Nos cuenta que el récord mundial en esquilar ovejas es de 321 en un día (con unas tijeras bastante parecidas a las de podar), exactamente en 7 horas y 40 minutos, por el australiano Jimmy Haw, y acto seguido el guía dice "...and he has now retired from shearing (esquilar)... because he is dead." Yo me parto con este tío, debería estar en el club de la comedia neozelandés...


Finalmente se decide a coger una oveja y a quitarle su preciada lana. La pobrecilla da pena después después del proceso, y el pastor ha obtenido un manto de lana perfecto.
Por último visito la tienda y allí contemplo cómo se hacen los carretes de lana con un huso y una rueca (no puedo evitar el acordarme de La Bella Durmiente). Después de esto, poco me queda ver en esta orilla, así que espero sentado a la llegada del barco...



Continuará...

domingo, 8 de marzo de 2009

Un poco de todo

Muchas cosas han pasado desde la última vez que escribí: se me rompió el cambio de la bici mientras subía una colina a varios kilómetros de casa (y por supuesto me tuve que volver "arrastrando" la bici); vi una foca sin cabeza en la orilla (no penséis que es una nueva especie, la pobre estaba muerta...); me fui a correr sin calcetines porque aparentemente todos mis calcetines de deporte habían desaparecido al meterlos en la lavadora y me hice una ampolla en cada pie; me fui a hacer surf en un día en el que el cielo era azul y las olas fantáticas, y una hora después de haberme metido se levantó un viento horrible y no había quién cogiera una sola ola, además, como había pactado con mi "padre" que me vendría a recoger a las dos (y tan sólo eran las 12:45), decidí marcharme a casa descalzo y tabla en mano... pero no todo fue tan catastrófico. En el otro lado tenemos que he conocido a muchísima gente nueva gracias a las actividades que organiza la universidad, y que el viernes preparé la cena para mi familia, aunque se la comieron sin ni siquiera pensar que era algo distinto, igual que los cerdos se comen todo lo que les eches sin preguntarse de qué estará hecho. Me imagino que en el fondo les gustará esa comida monótona y precocinada de cada día; la frase "en la variedad está el gusto" no tiene ningún sentido para ellos.
Hablando de comida, ya sabes, Ana, que odio tirar comida a la basura, y tengo que reconocer que en nuestra casa guardamos casi todas las sobras, prácticamente nada que esté en buen estado es deshechado. Pero aquí es alucinante, no os podéis imaginar la cantidad de cosas que se tiran cada día. Empezando por el desayuno. Si hoy a los niños no les apetece la tostada con tomate y mantequilla que les ha preparado su madre, pues se tira a la basura (mejor dicho, lo tiran casi todo por una especie de triturador que está conectado al desagüe) ¡Qué más da! Otra cosa que me saca de quicio es la actitud de Michael ante los alimentos; es cierto que sólo tien 13 años, pero pegarle un mordisco a una manzana y tirarla al jardín porque no te ha gustado el sabor del primer bocado... o tirar un huevo contra uno de los cipreses de tu jardín porque te de la gana, pues es un poco absurdo, por no olvidar que casi siempre se deja el plato de la cena casi lleno. En fin, aquí todo el mundo pasa de todo y nadie si preocupa por nadie, ¡viva la anarquía! No sé cuantas veces habré lavado las cacerolas o sartenes que llevaban más de dos días en la pila, o el haber sacado los platos del lavavajillas porque llevaban ahí muchísimo tiempo, y los demás, al verlo lleno y limpio, en lugar de vaciarlo para poder meter su plato, se dedicaban a seguir amontonando cosas en el fregadero... increíble.
Pero, alejándome de nuevo de este aire pesimista, el sábado tuve la oportunidad de hacer un viaje por la región de Taeri Gorge (otro día contaré la experiencia detenidamente y con más detalles). Precioso, realmente fascinante. Eso sí, en España tenemos cosas parecidas, por no decir idénticas. Si es que España es un país especial, y muchos de nosotros no nos damos cuenta. Me veo obligado a reconocerme como una persona que conoce bastante poco no sólo de su país, sino de la propia ciudad en la que vivía. La cantidad de rincones inexplorados que hay en Madrid y que cada día pasamos por alto o los consideramos usuales. Y si avanzamos y cruzamos las fronteras de La Comunidad de Madrid... las posibilidades son infinitas.
Eso sí, quizás los paisajes sean similares, pero el viajar a otros países nor permite siempre conocer culturas y formas de pensar completamente distintas. Me han enseñado, y con el tiempo yo mismo me he dado cuenta, que viajar es la mejor forma de aprender. Aporta muchísimas cosas y, lo que es más importante, abre nuestras mentes. Pero no sirve de nada conocer casi todos los países del mundo si uno no sabe prácticamente nada de sus orígenes, porque, en el fondo, sin no conoces tu orígenes, no eres nadie.

domingo, 1 de marzo de 2009

¿Vida o Sueño?

¡Ufff! Por poco pensé que ya me había entrado la pereza "bloguera" y que no iba a escribir nunca más... pero no, aquí estoy de nuevo.
Como mi fin de semana no ha tenido nada especial (un poco de surf por aquí, natación por allá, y los deberes de la universidad) voy a hablar de un tema que me persigue desde hace mucho mucho tiempo...
Todos sabemos lo que es soñar mientras uno duerme, todos conocemos esa sucesión de imágenes, a menudo sin sentido, que recorren nuestras mentes por la noche. Pero, para soñar, ¿es necesario ver? ¿es necesario percibir imágenes del mundo que nos rodea para luego poder recrearlas en nuestro subconsciente? Yo creo que sí. Sería absurdo, desde mi punto de vista, soñar con un león que nos persigue por la sabana africana si nunca hemos visto un león ni hemos oído hablar de África. Sin embargo, ¿no os ha pasado nunca que soñais algo y luego, tras días, semanas o meses, os encontrais en la realidad frente a esa misma escena que soñasteis?A mí, que soy un bicho raro, me ha ocurrido varias veces. Es increíble, te quedas parado y te das cuenta de que eso ya lo "has vivido" un vez en un sueño.
Por otro lado, soñar me parece algo fascinante por el simple hecho de que, mientras lo hacemos, rompemos las leyes de la física, dilatamos el tiempo, y hacemos que los segundos se conviertan en minutos y los minutos en horas. Otra experiencia personal es la de apagar el despertador para estar en la cama cinco minutos más, caer dormido de nuevo, y tener un sueño en ese brevísimo intervalo (unos minutos) en el que el despertador permanece en silencio.
También ocurre que, en ocasiones, un sueño parece tan real que en el mismo sueño me pregunto si estoy soñando o viviendo, y después de comprobar erróneamente en el sueño que estoy viviendo la realidad me despierto poco después decepcionado y riéndome de como he sido engañado. ¿Qué diferencia hay entre soñar y vivir? Descartes desconfiaba de la realidad porque decía que no podía encontrar método alguno para distinguirla de los sueños: "No hay indicios ciertos para distinguir el sueño de la vigilia, por lo que resolví fingir que nada de lo que hasta entonces había entrado en mi mente era más verdadero que las ilusiones de mis sueños."
De la misma manera desconfiaba Calderón de la Barca en La vida es sueño: "¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Un ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son."
Si eso es cierto, ¿qué ocurrirá el día que despertemos del sueño de la vida? ¿con qué nos encontraremos? Pero aún hay más. Si nosotros estamos confusos porque no podemos interpretar nuestros sueños, ¿qué ocurrirá con las personas ciegas de nacimiento incapaces incluso se saber lo que están soñando? ¡Pero qué me digo! Al principio del texto comentaba que es necesario ver para soñar, entonces ¿qué sueñan los ciegos? Además, en el caso de que soñaran ¿cómo podrían explicarlo si no tienen las palabras que necesitan? Pongamos un ejemplo: Soñamos con un globo amarillo que flota en el aire y está unido an una cuerda gruesa de color acero cuyo extremo opuesto está atado a un bloque de cemento que reposa en un lateral de una acera cuyos límites se prolongan hasta el horizonte en un paisaje bañado por la intensa luz del sol, que brilla en medio de un precioso cielo azul. A ambos lados de la acera no hay más que explanadas de césped verde infinitamente extensas que se mueven al son de un viento fortísimo que resuena en nuestros oídos mientras las briznas de hierba se levantan en el aire. Pues bien, si le preguntamos al ciego "¿Qué has soñado?" ¿Qué respuesta habríamos de esperar? De entrada hay que partir de que un ciego no conoce los colores. Que alguien intente describir un color sin incluir en su definición alguno de los elementos de la naturaleza. De hecho, si nos vamos al diccionario de la RAE, el color verde, por ejemplo, se define en su primera acepción como: " De color semejante al de la hierba fresca, la esmeralda, el cardenillo, etc. Es el cuarto color del espectro solar." Es decir, es imposible definir un color sin una comparación, pero como el ciego carece de toda esa información nunca pordrá conocer la esencia de los colores.
Continuando con nuestro panorama, de entrada el ciego se sentirá confuso por lo que acaba de ver. Una linea recta y ancha que carece de límites sobre la que reposa una extraña figura y a cuyos lados hay una superficie distinta en constante movimiento de la que se levantan pequeños objetos. ¿qué nos hace pensar que el ciego no confundirá la explanada de hierba con el mar? Los únicos conceptos del mar que tiene el ciego son el color azul (que nos es inservible, ya que nuestro personaje puede pensar que el verde que tiene ante sus ojos se trata en realidad del color azul), el rugir de las olas, sutituído ahora por el rugir del viento en sus oídos, y el movimiento del agua, reemplazado por el de la hierba. Lo mismo ocurrirá con el globo y el bloque de cemento, que podrían formar perfectamente una farola. Y así con infinidad de cosas distintas que el ciego experimenta cada día. Sin duda alguna, privar a alguien del placer de la vista es como condenarle a vivir una vida incompleta, a la mitad.
Como dice mi madre: "Siempre hay gente que está peor que tú". En cuanto me lo dice la mando a freir espárragos, pero tiene razón. El simple hecho de que estemos sanos y podamos difrutar al cien por cien de las posibilidades que nos ofrecen nuestros cuerpos es más que suficiente como para vivir constantemente con una amplia sonrisa en la cara.
No es fácil, pero hay que intentarlo.