viernes, 19 de junio de 2009
Ahora, vayamos con lo que de verdad importa. Primero, ni me he echado novia (ya quisiera yo), ni he estado bajo los efectos de la gripe porcina, y tampoco he estado de fiesta todo el santo día. Simplemente he estado perezoso. Después de pasarme casi todo el día en la universidad estudiando, lo último que me apetecía al llegar a casa era ponerme a escribir en el blog.
En cualquier caso, os tendré que "updatear".
No es que hayan pasado muchísimas cosas interesantes desde la última vez (lo cierto es que sí, pero no las voy a escribir todas, jajaja!!), pero hay un hecho que ha cambiado radicalmente mi vida en casa: la semana pasada instalaron "central heating"!! Hasta entonces todas las mañanas habían sido insoportables. Imaginaros en la cocina, desayunando y viendo vuestro vaho cada vez que espiráis. Absolutely freezing!! Si no fuera porque tenía una manta eléctrica, habría muerto congelado hace algo más de un mes. El problema es que aquí las paredes están hechas de cartón (casi literalmente), y en consecuencia el aislamiento es terrible.
Pero ahora siempre se está "cómodo y caliente", como dice Scott, que cada dos por tres me pregunta: " David, is your room nice and warm?"
En fin, para ser sincero, tengo que reconocer que me cuesta muchísimo escribir en español. Todas las expresiones me vienen a la mente primero en inglés, y a continuación tengo que hacer una traducción al español. Además hoy me siento poco inspirado.
Tan sólo quería dar señales de vida, y creo que con esto he cumplido por el momento.
Espero escribir pronto de nuevo, "God knows..."
viernes, 8 de mayo de 2009
Un absoluto "sin vergüenza"
Ayer a las cuatro de la tarde comenzaba la actividad semanal organizada por la universidad. Esta actividad era una especie de carrera de orientación, "The Amazing Race" (así la llamaron porque en Nueva Zelanda había un programa de televisión muy famoso con el mismo nombre, y, además, la actividad estaba inspirada en ese programa).
Las tres primeras pruebas no tenían nada de especial, quizás la más llamativa era la de ir al jardín botánico, que está a unos 10 minutos de la universidad, y tomar fotos de tres especies de pájaros, tres tipos de árbol, y tres flores.
Pero la cuarta prueba... Para empezar, tenía cuatro partes distintas que se podían llevar a cabo en el orden que el grupo quisiera. Una era fotografíar a un miembro del grupo, o todo el grupo, frente a cuatro graffitis distintos; otra era encontrar la estatua de Robie Burns y sacar una foto con todo el grupo. Vale, hasta aquí no hay nada que nos llame la atención.
La tercera parte era comprar un "out fit" ,con cinco dólares que nos habían dado previamente, en una tienda de ropa barata e incríblemente hortera. Además, un mienbro del grupo debía vestir esas prendas hasta el final de la carrera. Puesto que nadie en mi grupo estaba dispuesto a manchar su reputación de una forma tan absurda, fui yo el que optó por un look único. Unos clazoncillos azul brillante con ositos, y una camiseta de mujer amarilla y de tirantes. Y después de esto, a seguir corriendo por las calles. Y si alguno todavía piensa que no era para tanto, es porque no he contado la última parte. Ésta consistía en ganarse dos dólares haciendo "busking" (algo así como "street performance", es decir hacer algo espectacular en la calle de forma que "alguien" me diera dos dólares), y todo ello grabado por la cámara del equipo, de forma que el video sirviera de prueba.
De nuevo fui yo el que se apuntó al desafío. Imaginaros a un tipo en la calle Princesa con una camiseta de tirantes competamente ceñida al cuerpo y unos calzoncillos sobre sus pantalones mientras baila dando palmas y saltitos, y al mismo tiempo cantando una canción que dice: "Please give me two dolars, please give me two dolars..." Si habéis sido capaces de imaginar tal situación, tan sólo os queda ponerle mi cara a vuestro personaje, porque, sí señores, ese era yo.
Afortunademente al poco tiempo un alma caritativa cuya expresión no soy capaz de describir, se acercó y, tras mirarme y preguntarme si hablaba español (no sé cómo narices supo que era de España, pero yo le di conversación porque veía en él la oportunidad de ganarme mis dos dólares), le dije cuatro palabras en nuestra queridísima lengua materna, y me dio dos dólares (puesto que el video no fue grabado con mi cámara, ya que me la olvidé en casa, estoy esperando a que un compañero me lo pase, y entonces lo colgaré).
Finalmente, vuelta al "common room", donde tan sólo nos quedaba pintarnos nuestras caras con pinturas de colores y con un tema común para todos los miembros del grupo. Yo no me compliqué y le pinte a todo el mundo un interrogante enorme que iba desde la frente a la boca, y una cruz en cada mejilla.
Una vez que llegó el último grupo, nos hicimos muchas fotos, nos reímos un buen rato, y se repartieron los premios (mi equipo no ganó ninguno porque fuimos los cuartos... de cinco).
A continuación (eran las siete de la tarde) teníamos que ir a una cena en casa de mi profesor, ya que celebrábamos el final del primer "term". El camino fue de todo menos seco, y después de 25 minutos andando bajo la lluvia y gracias al sentido de orientación que he heredado de mi madre (aunque, como ocurre con sus hijos, yo experimenté que nadie confiaba en mí, y que todos pensaban nos íbamos a perder...) llegamos al número 15 de Maheno Street. Allí estuvimos hasta las diez más o menos. Pero la noche aún no había acabado para algunos de nosotros. Cuatro o cinco nos fuimos al a apartemento de Leander, donde había un fiesta, y yo seguía con la cara pintada, aunque eso ya me daba igual. No estuvimos mucho rato, y a eso de las doce abandonamos el lugar, y cada uno se fue a su casa. Yo me tuve que coger un taxi porque a esas horas no había autobuses.
Cuando llegué a casa, lo primero que hice fue coger la cámara y sacarme un par de fotos de mi cara de payaso. Aquí os dejo una de ellas.
viernes, 1 de mayo de 2009
Hoy, en clase, tenemos el primero de los exámenes finales de evaluación, Writing. Una hora y media, un tema a elegir entre los tres que nos ofrecen, 400 palabras como mínimo. Más de uno se está mordiendo las uñas, ni que fuera para tanto por favor... El primer tópico es comparar las visiones futuristas de dos películas que hemos "mediovisto" en clase: Fahrenheit 451, y THX 1138 (si alguno no las conoce, yo por ejemplo no había oído de ellas hasta el miércoles por la mañana, un dato curioso es que THX 1138 fue la primera película de George Lucas); el segundo, es discutir los valores de el mundo de la moda; y por último, tenemos "Love to money is the root of all evil. Agree or disagree". Yo elijo el tercero, y me muestro claramente a favor de la frase.
Durante el examen, el compañero que tengo a mi lado, Dereck (que es un tipo extremadamente raro) se pasa prácticamente la primera hora del examen pensando en las musarañas, murmurando para sus adentros, y dibujando unos garabatos en la hoja de las anotaciones que ni un escriptólogo podría descifrar. Tras terminar 20 minutos antes de lo previsto, me voy a devolver un libro a la biblioteca , El alquimista, de Paulo Coelho. Estoy seguro de que todos lo conocéis. Cuando, el lunes, decidí empezar a leerlo, me acordé de mi padre, que una vez me lo recomendó en casa, y además, la responsable de la biblioteca, Jo, me dijo que estaba bastante bien. Pues no me ha gustado nada. Me ha parecido increíblemente simple en cuanto a la forma de escribir (eso sí, tampoco pido que todos los autores escriban como Álvaro... Álvaro no te piques...¡jajaja!)
Y aunque tengo que reconocer que el argumento enganchaba, esperaba mucho más después de haber leído todas las críticas positivas que venían en la contraportada del libro. En fin, para gustos, colores.
En la siguiente clase, tenemos el examen de vocabulario de la semana y una práctica de Reading de cara a la semana que viene. A continuación, una hora y diez minutos de pausa para el almuerzo, y finalmente, la clase de IELTS (International English Language Testing System), que desde que me cambiaron al profesor en las clases de General English (sustituyendo a Tom por David), se ha convertido en la etapa más productiva de cada día.
A las tres terminamos. Este viernes, la actividad organizada por la universidad es badminton, y por supuesto, me he apuntado. No hay mucho que comentar salvo que conozco a algunas personas nuevas que llegaron hace dos semanas.
Cuando terminamos, en torno a las 4:45, en lugar de coger el autobús de vuelta a la universidad, tengo la posibilidad de volverme caminando a casa, porque el pabellón de badminton está a unos 25 minutos. Pero no voy a casa, sino que comienzo a caminar en el sentido contrario, hacia St Clair. Necesito ver el mar.
Una vez allí me siento distinto. Es precioso. La luz de un sol al que le queda algo menos de una hora y media para desaparecer por completo ilumina la playa de una forma única. Además, muy próximas al horizonte, están unas nubes en forma de manchas curiosamente alineadas. Parece que alguien las hubiera colocado con una regla.
La vuelta a casa la hago caminando a lo largo de la playa. Me habría descalzado, pero a pesar de que tenemos un día despejado, hace frío. Puesto que tengo que recorrer unos dos kilómetros de playa, y otros dos de la playa a casa, pienso en ponerme los auriculares y escuchar música. Pero no, quiero oír el mar. Mientras camino, me fijo en las olas. Me encantan. Hay algunos surfers en el agua, pero definitivamente, no es el mejor día para coger olas, pues éstas rompen de golpe, y no sería la primera vez que intentando coger una de ellas te "machaca" y acabas tocando el fondo con las rodillas.
No sé porqué, pero me siento muy feliz; voy caminando como un idiota con una sonrisa en la cara. Miento, sí sé por qué: estoy en Nueva Zelanda, no tengo ningún problema grave en mi vida, me lo paso genial en la universidad, siento como aprendo más y más cada día, he conocido a muchísima gente... Me considero afortunado...
Cuando llego a la playa de St Kilda (que es como si dijéramos la segunda playa de El Sardinero) me tengo que desviar para continuar hacia mi casa, pero no sin antes pasar 20 minutos contemplando el mar desde un mirador que está en la entrada de la playa. Ya lo dije una vez, me podría pasar horas y horas mirando las olas romper, son todas tan iguales y distintas a la vez...
Por suerte, el pronóstico para mañana predice buenas olas, por lo que, una vez más, podré estar en el único sitio donde realmente me siento libre y tranquilo, el mar.
lunes, 27 de abril de 2009
Cuando salgo a correr...
Zancada tras zancada y con la música de fondo, me siento realmente dueño de mí mismo al darme cuenta de que soy capaz de llegar muy lejos sin recurrir a medios como el coche, el autobús, o el tren. Soy yo el que decide la dirección que hay que tomar, la longitud de mis zancadas, y el ritmo con el que avanzo. Sin embargo, a menudo no sé a donde me llevarán los caminos que elija; pero es precisamente este aspecto lo que hace que correr me encante. Además, no hay prácticamente ningún obstáculo que no pueda superarse sin una inyección adicional de esfuerzo. Sin ir más lejos, ayer, tras recorrer una curva bastante cerrada, me encontré con la cuesta de mayor pendiente que he visto jamás. A pesar de todo ello, yo estaba deseoso de llegar a la cima para ver que había "más allá". Cuando finalmente logré alcanzar el punto más alto, me encontré tres escaleras que descendían de frente, hacia la izquierda, y hacia la derecha. Tras pensar rápidamente que los caminos de los laterales podían acabarse muy pronto, decidí tomar el que, desde mi punto de vista, parecía el más largo, ya que me permitiría continuar durante mucho tiempo sin tener que darme la vuelta... y así estuve durante algo más de una hora.
El caso es que hoy escribo sobre esto porque, después de llegar a casa, me encontraba tan agotado que simplemente me dejé caer en la hierba del jardín. Y cómo no (ya sabéis que me encanta eso de darle al coco) decidí que qué mejor momento para reflexionar que estando allí tumbado, descansando. Pensé en por qué voy a correr, qué consigo con ello, qué implica sentirme libre mientras lo hago... y no sé cómo llegue a la conclusión de que el hecho de salir a correr, y la vida, se parecen mucho (fijaros lo cansado que debía de estar como para terminar con esto).
En primer lugar, hay que tener muy claro que en una vida "plena", nosotros somos los dueños de nuestras acciones y nadie nos dice los que tenemos que hacer (en el buen sentido) sino que nosotros decidimos si lo hacemos o no, es decir, en la vida, nosotros elegimos el camino.
Segundo, a menudo no sabemos que nos va a deparar la próxima curva o, lo que es lo mismo, el destino.
Y tercero, según nuestras capacidades, recorremos el camino en más o menos tiempo. Sin embargo, este es uno de los puntos más complicados porque, frecuentemente, no sabemos dónde están nuestros límites, por lo que podemos cometer dos errores: o sentir que podríamos haberlo hecho mejor, o no llegar al final y "pinchar" por el camino. Sólo el practicar una y otra vez no enseñará a dosificar nuestro esfuerzo de forma que demos lo mejor de nosotros mismos. Algo similar pasa en el día a día. A veces nos damos cuenta de que podríamos haber hecho más (por ejemplo, mi querido hermano Pablo, aunque él es afortunado y puede vivir tranquilamente con esa idea); o, por el contrario, nos exigimos demasiado y al final explotamos (por ejemplo, mi madre, que cada día se propone una lista interminable de cosas por hacer , y en ocasiones, tiende a enfadarse al final del día porque no ha podido completar todo lo que tenía escrito en su agenda y se siente culpable, en lugar de convencerse a sí misma de que realmente era demasiado incluso para ella).
En definitiva, concluyo una vez más con que la mejor compañera de viaje es la experiencia. Eso sí, depende de nosotros y de nuestro tacto el ganarse su amistad.
viernes, 24 de abril de 2009
Y es este hecho lo que me hace preguntarme por algo que a menudo damos asumimos con una facilidad asombrosa: el tiempo.
¿Qué es? El tiempo es imparable, no espera a nadie, no se compra ni se vende, no tiene ni principio ni fin... y así podríamos estar durante horas pensando en sus cualidades sin llegar nunca a saber qué es realmente.
Sentimos la presencia del tiempo porque las cosas a nuestro alrededor cambian constantemente, y es evidente que si algo "quiere" cambiar, necesita tiempo. Luego, aparentemente, podríamos decir sin miedo a equivocarnos que cambio y tiempo están relacionados. De hecho, Aristóteles describió el tiempo como el intervalo entre el estado final y el inicial. Pero entonces, ¿es correcto pensar que si no hay cambios, tampoco hay tiempo? Evidentemente no.
Imaginemos un espacio vacío e inmenso. En su "interior" no hay absolutamente nada. Después de años de observación vemos que todo permanece igual que al principio. A pesar de todo ello, nosotros sabemos que el tiempo ha pasado. La conclusión inmediata es que probablemente el tiempo sea una propiedad inherente del espacio, luego no podemos escapar del tiempo.
Rara vez el tiempo ha sido nuestro amigo. Mientras que nos permite ver cosas maravillosas como la evolución de la naturaleza en las distintas estaciones del año, o cómo nuestros hijos van creciendo; por otra parte, es responsable del estrés de nuestras vidas, del envejecimiento de nuestros cuerpos, y, en última instancia, de la muerte.
Si nos paramos a pensar un poco, en el colegio, no sólo nos enseña historia, matemáticas, física, biología... sino que de manera mucho más global, nos enseñan a aprovechar el tiempo. ¿Quién no ha oído nunca en clase (por no decir en casa) la frase "¡Fulanito! ¡Deja de perder el tiempo!"? Sin embargo, el aprovechar el tiempo o no es algo bastante subjetivo. De hecho, yo lo definiría como "utilizarlo de forma que satisfaga nuestros propósitos en un momento determinado". Luego tenemos que para la misma persona, dos situaciones distintas pueden suponer una inversión o un malgasto del tiempo.
Cuando somos pequeños, apenas apreciamos el tiempo porque no nos damos cuenta de su valor; pero a medida que vamos creciendo aprendemos a utilizarlo de manera óptima.
No obstante, ni el aprovechar al máximo cada milésima de segundo nos salvará del "tic-tac" final, la muerte.
No sé si sonará extraño, pero yo no me quiero morir. No es que le tenga miedo a la muerte, sino que, como dije en la primera entrada del blog, quiero encontrar una respuesta a todas mis preguntas, entre las cuales está el si tendré tiempo después de la muerte. Y mientras mi reloj continúa con la marcha atrás, yo sigo intentando hallar una respuesta para esta incógnita, y si alguno la encuentra primero, que vuelva aquí, y me la cuente.
sábado, 4 de abril de 2009
Queenstown (Última parte)
A las nueve y media sale el autobús con dirección a los teleféricos, situados en una de las cimas que rodean las ciudad, que nos permitirán admirar algunas de las vistas más impresionantes que podamos imaginar.
Una vez en la cima me dirijo tan rápido como puedo a un balcón que me de la oportunidad de tomar unas buenas fotos. Casi casi hace falta pelearse con la gente para poder colocarse junto a la barandilla, pero vale la pena.
Allí estamos prácticamente dos horas. Yo aprovecho para tomarme algo en la cafetería, porque no he desayunado nada y estoy que apenas me tengo en pie. Mientras tanto, imagino como será cenar en el restaurante colgante, con la sensación de caer en cualquier momento pero al mismo tiempo disfrutando de una escena única.
A continuación emprendemos el viaje de vuelta, que incluirá dos paradas: la primera en Arrow Town (ciudad famosa en toda Nueva Zelanda porque es el lugar donde comenzó la fiebre del oro de este país); y la segunda, para hacer puenting.
Sin duda alguna, los edificios de Arrow Town (se conservan prácticamente todos los originales) recuerdan a esos pueblos fantasma del salvaje oeste.
De nuevo, aunque sólo dispongo de treinta minutos, decido irme a caminar por un sendero que, pegado al río, se pierde en el bosque.
El sitio es fantástico. Apenas se escucho un sólo sonido que no corresponda a la naturaleza: lejos de los coches, de las grandes ciudades... Tan sólo desentona el ruido producido por los motores del avión que está cruzando el cielo. Una de las muchas casas de mis sueños estaría en este lugar. a orillas del río:
Al dejar correr libremente mi imaginación, no me he fijado en la hora, por lo que en el camino de regreso al autobús me toca echar un carrerita.
Finalmente, el "bungee jumping".
El salto se realiza desde un puente de unos 80 metros de largo que cruza sobre un río que ha sido excavado en el duro suelo, por lo que paredes verticales de piedra están situadas en sus orillas.
No todo el mundo va a saltar. De hecho "sólo" la mitad del grupo lo va a hacer. Yo lo tengo muy claro, me dejaré caer al vacío. Pero cuando llega el momento de la verdad, las cosas son bastante distintas. Me encuentro con los pies atados en una plataforma de apenas un metro cuadrado que me sostiene a unos 50 metros sobre el agua del río. Torpemente me acerco dando saltitos hacia el borde.
Estoy listo. Siento como la mano de uno de los ayudantes agarra mi arnés. En ese momento me dice (él habla un poquito de español): "Para agua, salto grande, como Superman"
Todavía me lo estoy pensando. "Dejate de pensar y salta" Me digo a mi mismo. ¡Adelante!
En apenas tres segundos las cosas cambian por completo. Siento como el mundo a mi alrededor se distorsiona mientras que la superficie del río se acerca cada vez más rápido, y de repente siento el tirón de la goma y me encuentro con la cabeza bajo el agua. A continuación estoy "rebotando" boca abajo mientras una barquita se acerca para llevarme sano y salvo a la orilla. Para ser sincero, esta experiencia no puede describirse con palabras, hay que vivirla.
Con el pelo chorreando, subo emocionado las escaleras para reunirme de nuevo con el grupo.
Tan sólo por el hecho de saltar, todo el viaje ha merecido la pena.
De vuelta a Dunedin apenas puedo dormir porque en el interior del autobús hace un calor horrible, por lo que en cuanto llego a casa, me ducho, como algo, y me voy a la cama.
Mañana será otro día.
sábado, 28 de marzo de 2009
Queenstown (segunda parte)
En la vuelta apenas hay diferencias. Aunque se nota que el sol está en el cenit de su trayectoria porque ahora se está estupendamente en la cubierta de proa. Hasta que llegamos al muelle me quedo mirando las aguas azules en las que se refleja la luz del sol. Si no fuera porque hay una ligera brisa, la superficie del lago sería un auténtico espejo.
De nuevo en la ciudad, tenemos dos horas y media de tiempo libre.
La primera media hora estoy, básicamente, andando por lo que es el centro de la ciudad. No tiene nada de especial. Muchísimas tiendas y bastantes apartamentos (no hay que olvidar que Queenstown es uno de los principales centros turísticos de Nueva Zelanda).
Me sorprendo porque, lo siguiente que hago es comenzar a caminar hacia las afueras (digo "me sorprendo porque siempre me he quejado de las largas caminatas que tenemos que hacer siempre que vamos de visita a algún sitio. ¿Será que me estoy convirtiendo en un Martínez...?)
bordeando un parque que está junto al lago.
Al parecer, hoy hay alguna especie de evento en el lago y se ve constantemente a gente haciendo acrobacias con el wakeboard o cayendo con el parapente en medio de las aguas.
Prácticamente me paso todo el tiempo en el parque. Es precioso. No paro de tomar fotos, al mismo tiempo todas los paisajes me parecen iguales y distintos, pienso que en la siguiente imagen realmente captaré su esencia, pero fallo en el intento una y otra vez.
A las seis y cuarto cojo el autobús para ir al camping en el que vamos a dormir.
Allí cada uno se prepara su cena en la cocina común, y es bastante divertido ver como la mayoría de los japoneses están comiendo "noodles" (una especie de espagueti-fideo. Los hay de mil sabores y colores...). Yo, que no me quiero complicar, me preparo un sandwich, una ensalada, y de postre, fruta. Después estamos hablando un buen rato con los profesores. La verdad es que paso un rato estupendo, y compartimos muchísimas experiencias personales acerca de Nueva Zelanda, mientras los profesores nos cuentan un montón de cosas interesantes, como por ejemplo, el pequeño conflicto que hay entre la cultura británica y maori, donde los nativos piden un poco más de independencia. Mientras hablamos de esto, Sonia (una profesora) dice "Algo similar ocurre en España con Cataluña ¿no?" Después de explicar el gran problema de nuestra querida nación (incluyendo la situación del País Vasco), Sonia me dice que ella concedería la independencia a ambos. Yo pienso, "¿Por qué no cogemos el mapa de España, lo pasamos por la trituradora de papel, y a cada una de las diminutas porciones obtenidas le damos un nombre y una serie de derechos independientes?" No puedo evitar reírme.
Afortunadamente enseguida cambiamos de tema. Cuando los profesores deciden irse a la cama, nos quedamos algunas personas hablando durante algunos minutos, aunque somos un reducido grupo, porque tengo que admitir que sigue siendo bastante difícil entablar conversación que el ochenta por ciento del grupo, que es empeña en hablar japonés.
Cuando voy a cruzar el camping para ir a mi habitación me encuentro con que todo está a oscuras, pero gracias a eso puedo apreciar el cielo nocturno. Ni una sola nube. Me doy cuanta que desde que llegué a Nueva Zelanda no he observado las estrellas ni un sólo día. Recuerdo las noches en Alemania mirando el firmamento durante horas, hasta que me veía obligado a parar porque me dolía el cuello... Quién sabe, quizás algún día tenga la oportunidad de observarlas más de cerca...
Continuará...
viernes, 20 de marzo de 2009
Viaje a Queenstown
Enseguida me levanto (pues esta noche no he dormido bastante bien, y básicamente estaba esperando que sonara la alarma) y me voy a la ducha mientras pienso que será especial en el día de hoy.
Scott me acerca a la universidad, donde me espera un autobús que saldrá a las siete y cuarto. Cada vez hay más gente,y los murmullos en japonés comienzan a hacerse notar para convertirse, una vez en el autobús, en el ruido de fondo. Era de esperar que el número de japoneses fuera dominante, pero yo esperaba que al menos algún que otro estudiante kiwi se apuntara a la actividad. Veo que me equivocaba.
Prácticamente la primera hora de viaje la paso intentando aprender los nombres de las chicas (tan sólo somos 6 hombres en este viaje; mejor dicho, cinco y medio: dos estudiantes, un profesor, su hijo, el conductor, y la mitad que falta, yo) japonesas que están a mi alrededor (Satumi, Noriko, Kanako, Satzski, Átzusa, Sayuri...). Es como intentar memorizar una serie de letras inconexas y carentes de sentido. Dificilísimo.
Tras dos horas y media hacemos la primera parada, en Alexandra, un pueblo con muy poco atractivo en el que la mayoría de las japonesas, "shopaholics" compulsivas, entran en tantas tiendas como pueden con la intención de comprar cualquier cosa (podríamos decir que este va a ser el proceso que se repita cada vez que haya algún comercio cerca).
De nuevo en marcha, no puedo evitar el caer dormido prácticamente hasta la llegada a Queenstown, aunque afortunadamente me despierto unos minutos antes en los que aprovecho para tomar algunas fotos del paisaje que me rodea.
A pesar de que ha estado lloviendo los dos últimos días, el tiempo nos sonríe y tenemos ante nosotros un cielo azul con algunas nubes sedosas que el viento domina a voluntad.
La primera actividad nada más llegar a Queenstown tiene lugar en un barco precioso, construido en 1912 y que conserva casi la totalidad de las piezas originales, por no olvidar que funciona con carbón. Pero no es el barco lo que más me llama la atención, sino el lago, con unas aguas cristalinas que me permiten ver el fondo sin ningún problema (siempre que esto sea posible, porque, entre otras cosas, este es el lago más profundo de Nueva Zelanda).
A bordo el ambiente es estupendo. En la parte central interior hay una especie de balcón que da a la sala de máquinas, donde se puede apreciar al motor en funcionamiento, y en la popa está un pianista que le da a la travesía una banda sonora de ensueño.
En cuanto me entero de que la sala de máquinas se puede visitar, no me lo pienso, inmediatamente voy allí y me quedo fascinado al ver toda la maquinaria en movimiento (no dejo de preguntarme cómo demonios alguien puede haber diseñado una máquina tan compleja)
Mi siguiente parada está en la cubierta de proa, donde uno puede sentir el viento acariciándole la cara (es entonces cuando me doy cuenta de que el barco avanza bastante más rápido de lo que había supuesto). No paro de sacar fotos, pero después de diez minutos he fotografiado todo lo habido y por haber, así que me apoyo en la barandilla y disfruto del paisaje hasta que el barco toca tierra de nuevo.
En la orilla en la que me encuentro ahora vamos a hacer una visita a una granja, donde las ovejas son las protagonistas (si aún no lo sabéis, Nueva Zelanda tiene setenta millones de ovejas frente a unos cuatro millones de habitantes), aunque también hay ciervos, yamas, y vacas.
Tras un breve tour en el que damos de comer a todos los animales que nos encontramos y disfrutamos del humor del guía (yo me muero de risa, aunque no sé si es que la gente no entiende lo que dice, o es que son todos muy serios), llega la hora del té o el café (como dice mi amigo el guía, "If you don't like tea and coffee, they serve coffee and tea in the same area". Por supuesto nadie se ríe...) Tras ponerme morado de pasteles (Dios mío que buenos estaban...) me voy al jardín. La casa es preciosa, situada junto al lago y a los pies de una montaña increíblemente escarpada.
A continuación vamos a ser espectadores de algo que no se ve todos los días: cómo se esquila una oveja. Pero antes observamos como el obediente perro pastor corre colina arriba para traer a algunas de las ovejas. Ya está todo dispuesto, todo el mundo sentado y el guía en el "escenario" preparado para dar la explicación magistral. Nos cuenta que el récord mundial en esquilar ovejas es de 321 en un día (con unas tijeras bastante parecidas a las de podar), exactamente en 7 horas y 40 minutos, por el australiano Jimmy Haw, y acto seguido el guía dice "...and he has now retired from shearing (esquilar)... because he is dead." Yo me parto con este tío, debería estar en el club de la comedia neozelandés...
Finalmente se decide a coger una oveja y a quitarle su preciada lana. La pobrecilla da pena después después del proceso, y el pastor ha obtenido un manto de lana perfecto.
Por último visito la tienda y allí contemplo cómo se hacen los carretes de lana con un huso y una rueca (no puedo evitar el acordarme de La Bella Durmiente). Después de esto, poco me queda ver en esta orilla, así que espero sentado a la llegada del barco...
Continuará...
domingo, 8 de marzo de 2009
Un poco de todo
Hablando de comida, ya sabes, Ana, que odio tirar comida a la basura, y tengo que reconocer que en nuestra casa guardamos casi todas las sobras, prácticamente nada que esté en buen estado es deshechado. Pero aquí es alucinante, no os podéis imaginar la cantidad de cosas que se tiran cada día. Empezando por el desayuno. Si hoy a los niños no les apetece la tostada con tomate y mantequilla que les ha preparado su madre, pues se tira a la basura (mejor dicho, lo tiran casi todo por una especie de triturador que está conectado al desagüe) ¡Qué más da! Otra cosa que me saca de quicio es la actitud de Michael ante los alimentos; es cierto que sólo tien 13 años, pero pegarle un mordisco a una manzana y tirarla al jardín porque no te ha gustado el sabor del primer bocado... o tirar un huevo contra uno de los cipreses de tu jardín porque te de la gana, pues es un poco absurdo, por no olvidar que casi siempre se deja el plato de la cena casi lleno. En fin, aquí todo el mundo pasa de todo y nadie si preocupa por nadie, ¡viva la anarquía! No sé cuantas veces habré lavado las cacerolas o sartenes que llevaban más de dos días en la pila, o el haber sacado los platos del lavavajillas porque llevaban ahí muchísimo tiempo, y los demás, al verlo lleno y limpio, en lugar de vaciarlo para poder meter su plato, se dedicaban a seguir amontonando cosas en el fregadero... increíble.
Pero, alejándome de nuevo de este aire pesimista, el sábado tuve la oportunidad de hacer un viaje por la región de Taeri Gorge (otro día contaré la experiencia detenidamente y con más detalles). Precioso, realmente fascinante. Eso sí, en España tenemos cosas parecidas, por no decir idénticas. Si es que España es un país especial, y muchos de nosotros no nos damos cuenta. Me veo obligado a reconocerme como una persona que conoce bastante poco no sólo de su país, sino de la propia ciudad en la que vivía. La cantidad de rincones inexplorados que hay en Madrid y que cada día pasamos por alto o los consideramos usuales. Y si avanzamos y cruzamos las fronteras de La Comunidad de Madrid... las posibilidades son infinitas.
Eso sí, quizás los paisajes sean similares, pero el viajar a otros países nor permite siempre conocer culturas y formas de pensar completamente distintas. Me han enseñado, y con el tiempo yo mismo me he dado cuenta, que viajar es la mejor forma de aprender. Aporta muchísimas cosas y, lo que es más importante, abre nuestras mentes. Pero no sirve de nada conocer casi todos los países del mundo si uno no sabe prácticamente nada de sus orígenes, porque, en el fondo, sin no conoces tu orígenes, no eres nadie.
domingo, 1 de marzo de 2009
¿Vida o Sueño?
Como mi fin de semana no ha tenido nada especial (un poco de surf por aquí, natación por allá, y los deberes de la universidad) voy a hablar de un tema que me persigue desde hace mucho mucho tiempo...
Todos sabemos lo que es soñar mientras uno duerme, todos conocemos esa sucesión de imágenes, a menudo sin sentido, que recorren nuestras mentes por la noche. Pero, para soñar, ¿es necesario ver? ¿es necesario percibir imágenes del mundo que nos rodea para luego poder recrearlas en nuestro subconsciente? Yo creo que sí. Sería absurdo, desde mi punto de vista, soñar con un león que nos persigue por la sabana africana si nunca hemos visto un león ni hemos oído hablar de África. Sin embargo, ¿no os ha pasado nunca que soñais algo y luego, tras días, semanas o meses, os encontrais en la realidad frente a esa misma escena que soñasteis?A mí, que soy un bicho raro, me ha ocurrido varias veces. Es increíble, te quedas parado y te das cuenta de que eso ya lo "has vivido" un vez en un sueño.
Por otro lado, soñar me parece algo fascinante por el simple hecho de que, mientras lo hacemos, rompemos las leyes de la física, dilatamos el tiempo, y hacemos que los segundos se conviertan en minutos y los minutos en horas. Otra experiencia personal es la de apagar el despertador para estar en la cama cinco minutos más, caer dormido de nuevo, y tener un sueño en ese brevísimo intervalo (unos minutos) en el que el despertador permanece en silencio.
También ocurre que, en ocasiones, un sueño parece tan real que en el mismo sueño me pregunto si estoy soñando o viviendo, y después de comprobar erróneamente en el sueño que estoy viviendo la realidad me despierto poco después decepcionado y riéndome de como he sido engañado. ¿Qué diferencia hay entre soñar y vivir? Descartes desconfiaba de la realidad porque decía que no podía encontrar método alguno para distinguirla de los sueños: "No hay indicios ciertos para distinguir el sueño de la vigilia, por lo que resolví fingir que nada de lo que hasta entonces había entrado en mi mente era más verdadero que las ilusiones de mis sueños."
De la misma manera desconfiaba Calderón de la Barca en La vida es sueño: "¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Un ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son."
Si eso es cierto, ¿qué ocurrirá el día que despertemos del sueño de la vida? ¿con qué nos encontraremos? Pero aún hay más. Si nosotros estamos confusos porque no podemos interpretar nuestros sueños, ¿qué ocurrirá con las personas ciegas de nacimiento incapaces incluso se saber lo que están soñando? ¡Pero qué me digo! Al principio del texto comentaba que es necesario ver para soñar, entonces ¿qué sueñan los ciegos? Además, en el caso de que soñaran ¿cómo podrían explicarlo si no tienen las palabras que necesitan? Pongamos un ejemplo: Soñamos con un globo amarillo que flota en el aire y está unido an una cuerda gruesa de color acero cuyo extremo opuesto está atado a un bloque de cemento que reposa en un lateral de una acera cuyos límites se prolongan hasta el horizonte en un paisaje bañado por la intensa luz del sol, que brilla en medio de un precioso cielo azul. A ambos lados de la acera no hay más que explanadas de césped verde infinitamente extensas que se mueven al son de un viento fortísimo que resuena en nuestros oídos mientras las briznas de hierba se levantan en el aire. Pues bien, si le preguntamos al ciego "¿Qué has soñado?" ¿Qué respuesta habríamos de esperar? De entrada hay que partir de que un ciego no conoce los colores. Que alguien intente describir un color sin incluir en su definición alguno de los elementos de la naturaleza. De hecho, si nos vamos al diccionario de la RAE, el color verde, por ejemplo, se define en su primera acepción como: " De color semejante al de la hierba fresca, la esmeralda, el cardenillo, etc. Es el cuarto color del espectro solar." Es decir, es imposible definir un color sin una comparación, pero como el ciego carece de toda esa información nunca pordrá conocer la esencia de los colores.
Continuando con nuestro panorama, de entrada el ciego se sentirá confuso por lo que acaba de ver. Una linea recta y ancha que carece de límites sobre la que reposa una extraña figura y a cuyos lados hay una superficie distinta en constante movimiento de la que se levantan pequeños objetos. ¿qué nos hace pensar que el ciego no confundirá la explanada de hierba con el mar? Los únicos conceptos del mar que tiene el ciego son el color azul (que nos es inservible, ya que nuestro personaje puede pensar que el verde que tiene ante sus ojos se trata en realidad del color azul), el rugir de las olas, sutituído ahora por el rugir del viento en sus oídos, y el movimiento del agua, reemplazado por el de la hierba. Lo mismo ocurrirá con el globo y el bloque de cemento, que podrían formar perfectamente una farola. Y así con infinidad de cosas distintas que el ciego experimenta cada día. Sin duda alguna, privar a alguien del placer de la vista es como condenarle a vivir una vida incompleta, a la mitad.
Como dice mi madre: "Siempre hay gente que está peor que tú". En cuanto me lo dice la mando a freir espárragos, pero tiene razón. El simple hecho de que estemos sanos y podamos difrutar al cien por cien de las posibilidades que nos ofrecen nuestros cuerpos es más que suficiente como para vivir constantemente con una amplia sonrisa en la cara.
No es fácil, pero hay que intentarlo.
miércoles, 25 de febrero de 2009
Un poquito de reflexión...
Hay una cosa de mi casa que echo muchísimo de menos: las conversaciones a la hora de cenar. No sólo porque charláramos, sino por los temas sobre los que discutíamos (tengo que decir que aquí en Nueva Zelanda mi familia no se sienta nunca junta en la mesa. Se sientan en el salón viendo la tele, que suele ser a la hora de cenar, y nadie dice nada; y a la hora de comer en los fines de semana cada uno va auténticamente a su bola) me encantaban.
En fin, el caso es que solíamos discutir sobre cosas como el porqué de la religión (existe o es inventada por el hombre), el sentido de la vida... mientras Javier se quejaba porque no le mirábamos cuando levantaba la mano. Es cierto que en muchas ocasiones acabábamos enfadados (el primero que se enfadaba era yo), pero aún así era interesante.
Jorge, me decías que echabas de menos esos temas en mi blog. Hoy escribiré precisamente de lo que tú me ponías como ejemplo, la suerte.
No creo que exista ni la mala ni la buena suerte, fundamentalmente porque veo que algo como la vida no se rige por una ley general, sino más bien aleatoria y cambiante. Pero de algo estoy muy seguro, existen las decisiones.
A menudo los seres humanos nos encontramos con situaciones difíciles en las que tenemos que tomar decisiones rápidamente si queremos salir airosos y evitar que estos “problemas” se hagan mayores en el futuro. La pregunta es, ¿por qué? Quizás sería mejor que todo se fuera solucionando a medida que avanzamos en el camino, pero ¿no sería entonces la vida algo aburrido? ¿Qué pensaríamos de la vida si esta se estuviera explicando continuamente a sí misma? Eso, sencillamente, no sería una vida, sería una rutina, y el problema es que hoy en día muchos de nosotros hemos convertido nuestra vida precisamente en eso, y en consecuencia estamos cansados, aburridos, todo nos parece banal y monótono, nos sentimos como en aquella película de “El día de la marmota”.
Desgraciadamente, no existe una solución universal (y con universal me refiero válida para todas las personas) . Lo único que se puede hacer, y eso lo hará cada uno a su manera, es convertir cada día en único, en inolvidable.
Por otro lado tenemos que dejar de preguntarnos siempre “¿Por qué a mí?” o “¿Y si hubiera…?” Esa pregunta no hace más que anclarnos al pasado mientras la marea del presente se separa irremediablemente de nosotros, y cuando finalmente decidimos zarpar nos encontramos con que no reconocemos el lugar donde nos encontramos.
Tenemos que asumir que vivimos en un mar de “inexplicabilidad” y tenemos que movernos con él, pero sin preguntarnos acerca de su composición y de las leyes que en él rigen.