Hay una cosa de mi casa que echo muchísimo de menos: las conversaciones a la hora de cenar. No sólo porque charláramos, sino por los temas sobre los que discutíamos (tengo que decir que aquí en Nueva Zelanda mi familia no se sienta nunca junta en la mesa. Se sientan en el salón viendo la tele, que suele ser a la hora de cenar, y nadie dice nada; y a la hora de comer en los fines de semana cada uno va auténticamente a su bola) me encantaban.
En fin, el caso es que solíamos discutir sobre cosas como el porqué de la religión (existe o es inventada por el hombre), el sentido de la vida... mientras Javier se quejaba porque no le mirábamos cuando levantaba la mano. Es cierto que en muchas ocasiones acabábamos enfadados (el primero que se enfadaba era yo), pero aún así era interesante.
Jorge, me decías que echabas de menos esos temas en mi blog. Hoy escribiré precisamente de lo que tú me ponías como ejemplo, la suerte.
No creo que exista ni la mala ni la buena suerte, fundamentalmente porque veo que algo como la vida no se rige por una ley general, sino más bien aleatoria y cambiante. Pero de algo estoy muy seguro, existen las decisiones.
A menudo los seres humanos nos encontramos con situaciones difíciles en las que tenemos que tomar decisiones rápidamente si queremos salir airosos y evitar que estos “problemas” se hagan mayores en el futuro. La pregunta es, ¿por qué? Quizás sería mejor que todo se fuera solucionando a medida que avanzamos en el camino, pero ¿no sería entonces la vida algo aburrido? ¿Qué pensaríamos de la vida si esta se estuviera explicando continuamente a sí misma? Eso, sencillamente, no sería una vida, sería una rutina, y el problema es que hoy en día muchos de nosotros hemos convertido nuestra vida precisamente en eso, y en consecuencia estamos cansados, aburridos, todo nos parece banal y monótono, nos sentimos como en aquella película de “El día de la marmota”.
Desgraciadamente, no existe una solución universal (y con universal me refiero válida para todas las personas) . Lo único que se puede hacer, y eso lo hará cada uno a su manera, es convertir cada día en único, en inolvidable.
Por otro lado tenemos que dejar de preguntarnos siempre “¿Por qué a mí?” o “¿Y si hubiera…?” Esa pregunta no hace más que anclarnos al pasado mientras la marea del presente se separa irremediablemente de nosotros, y cuando finalmente decidimos zarpar nos encontramos con que no reconocemos el lugar donde nos encontramos.
Tenemos que asumir que vivimos en un mar de “inexplicabilidad” y tenemos que movernos con él, pero sin preguntarnos acerca de su composición y de las leyes que en él rigen.