miércoles, 25 de febrero de 2009

Un poquito de reflexión...

Hay una cosa de mi casa que echo muchísimo de menos: las conversaciones a la hora de cenar. No sólo porque charláramos, sino por los temas sobre los que discutíamos (tengo que decir que aquí en Nueva Zelanda mi familia no se sienta nunca junta en la mesa. Se sientan en el salón viendo la tele, que suele ser a la hora de cenar, y nadie dice nada; y a la hora de comer en los fines de semana cada uno va auténticamente a su bola) me encantaban.
En fin, el caso es que solíamos discutir sobre cosas como el porqué de la religión (existe o es inventada por el hombre), el sentido de la vida... mientras Javier se quejaba porque no le mirábamos cuando levantaba la mano. Es cierto que en muchas ocasiones acabábamos enfadados (el primero que se enfadaba era yo), pero aún así era interesante.
Jorge, me decías que echabas de menos esos temas en mi blog. Hoy escribiré precisamente de lo que tú me ponías como ejemplo, la suerte.
No creo que exista ni la mala ni la buena suerte, fundamentalmente porque veo que algo como la vida no se rige por una ley general, sino más bien aleatoria y cambiante. Pero de algo estoy muy seguro, existen las decisiones.

A menudo los seres humanos nos encontramos con situaciones difíciles en las que tenemos que tomar decisiones rápidamente si queremos salir airosos y evitar que estos “problemas” se hagan mayores en el futuro. La pregunta es, ¿por qué? Quizás sería mejor que todo se fuera solucionando a medida que avanzamos en el camino, pero ¿no sería entonces la vida algo aburrido? ¿Qué pensaríamos de la vida si esta se estuviera explicando continuamente a sí misma? Eso, sencillamente, no sería una vida, sería una rutina, y el problema es que hoy en día muchos de nosotros hemos convertido nuestra vida precisamente en eso, y en consecuencia estamos cansados, aburridos, todo nos parece banal y monótono, nos sentimos como en aquella película de “El día de la marmota”.

Desgraciadamente, no existe una solución universal (y con universal me refiero válida para todas las personas) . Lo único que se puede hacer, y eso lo hará cada uno a su manera, es convertir cada día en único, en inolvidable.

Por otro lado tenemos que dejar de preguntarnos siempre “¿Por qué a mí?” o “¿Y si hubiera…?” Esa pregunta no hace más que anclarnos al pasado mientras la marea del presente se separa irremediablemente de nosotros, y cuando finalmente decidimos zarpar nos encontramos con que no reconocemos el lugar donde nos encontramos.

Tenemos que asumir que vivimos en un mar de “inexplicabilidad” y tenemos que movernos con él, pero sin preguntarnos acerca de su composición y de las leyes que en él rigen.

Podemos explicar la naturaleza con gran precisión, casi absoluta, pero no podemos explicar el hecho de que estemos, aquí y ahora, analizándola. Es decir, no podemos justificar la existencia. Pero es precisamente ahí donde radica el auténtico milagro de la vida, “es como un caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar”. Tan sólo podrás conocer el sabor del bombón una vez que lo hayas probado, y entonces podrás elegir otro con el mismo sabor, pero en nuestro caso, sólo se vive una vez. Justamente por eso en el día a día tenemos que plantar cara a distintos problemas mediante decisiones cuyas consecuencias en el futuro desconocemos. A nosotros sólo nos queda confiar al máximo en nuestras determinaciones y estar seguros de que hemos tomado el camino correcto, sin volver a pensar nunca en aquel momento en el que nos enfrentamos a dicho conflicto. Únicamente entonces podremos vivir plenamente.

domingo, 22 de febrero de 2009

"I got ditched..."

La verdad es que la palabra "ditch" es una palabra nueva para mí (probablemente también lo sea para alguno de vosotros) y la forma en la que la aprendí, aunque no fuera la mejor, seguramente me sirva de lección, porque "to ditch" significa nada más y nada menos que "dejar plantado".
Pues sí, plantado, así es como me quedé la mañana del domingo cuando supuestamente había quedado a las 12:30 para ir al cine. Las personas con las que iba a quedar me dijeron, pasadas las 13:30, que no iban a poder venir porque les había surgido algo. En fin, tengo que reconocer que ya me olía yo esa posibilidad así que, tras esperar media hora, decidí irme de tiendas.
Ana, como decía en el email que me enviaste (en el que se explicaba que no existe ni la mala ni la buena suerte, tan sólo existe el paso tiempo y sus consecuencias, que, por supuesto, dependen de nuestra actitud ante la vida) nunca sabes lo que va a pasar, el tiempo dirá. Claro que yo, aquella mañana, aún no había leído el correo, por lo que me estaba acordando de todas las generaciones de los que me habían dejado plantado mientras maldecía mi mala suerte...
Entré en una tienda de surf para comparar (una vez más, pues ya me he recorrido todas las tiendas de surf que hay en esta ciudad con la misma intención) los precios de las tablas y los trajes de neopreno. El chico que me atendió era bastante majo. Estuvimos un rato hablando de lo que más me convenía (le conté mi vida: "Vengo de Europa, voy a estar aquí seis meses..."), y unos minutos después nos pusimos manos a la obra en busca de un traje y una tabla.
Al cabo de media hora ya tenía todo lo que necesitaba, finalmente había encontrado lo que quería al precio que quería oír. Pagué y dejé las cosas en la tienda porque, como comprendereis, no era mi intención el ir con una tabla de surf por la calle y en el autobús (así que allí me esperan a que pasa a buscar mis cosas). Salgo pensando "Por fin, ya estoy listo", sólo queda que desaparezca este tiempo horrible (lleva lloviendo cuatro días sin parar) para que uno pueda ir tranquilamente a la playa a coger unas olitas.
A continuación decido ir a comprarme una revista, porque no tengo nada que leer en casa. En mi familia deben pensar que los libros traen enfermedades porque les pedí que si me dejaban alguno y las respuestas fueron: "El otro día doné todos mis libros de cuando era joven" (ojito con ese "cuando era joven", vamos que hace más de diez años que Paula no ha tocado un libro) y "Sí, tengo estos, aunque seguramente no te gusten". Acto seguido me mostró unos libros cuyas portadas me recuerdan a la típica historia de amor barata y fácil. Aún así, sonreí, cojí uno de ellos, y me fui a mi cuarto a leer. Una hora después dejé de nuevo el libro en la mesa del salón... (tendré que esperar al martes, día en el que tendré mi carnet de estudiante y podré sacar libros de la biblioteca de la uni)
El caso es que en la búsqueda de una revista decidí comprar una que me aportara algo, lingüísticamente hablando (lo siento Carlos, la Playboy tendrá que esperar...). Tras encontrarla (Dircovery Channel Magazine, parece muy interesante y habla de temas variados...), pago y me marcho.
Sigue lloviendo. Siento como se me moja al pelo y el sonido de mis andares al pisar sobre los "charquitos" mientras marcho hacia la parada del autobús (a las 14:30 pasa, tengo diez minutos para llegar).
Voy pensando en lo que he aprendido hoy. Lo que puede cambiar una situación en función del punto de vista que adoptemos, en función de la perspectiva de la realidad. Podría haberme marchado a casa cabreado tras haber sido abandonado en la puerta del cine, pero en ese caso no habría sacado ningún provecho. Sin embargo, pasando de página, puedo sacar partido de esta situación incómoda y convertirla en algo productivo. Hay una expresión inglesa que dice "Mistakes are the best teachers". Hoy la modifico un poco para decir "To get ditched is the best teacher". Por no olvidar el refranero español con "Al mal tiempo buena cara".
En fin, espero no tropezar dos veces con la misma piedra en el futuro. Os dejo una frase divertida y cierta para que penséis: "Son necesarios cuarenta músculos para arrugar una frente, pero sólo quince para sonreír" (Swami Sivananda) Así que, ante la duda, ¡Sonreíd!

sábado, 21 de febrero de 2009

"Advanzado"

El segundo día en la uni también fue para informarnos. A las nueve de la mañana teníamos que estar en el salón de actos. En esta ocasión también iban a estar con nosotros los estudiantes del "Foundation Year" (yo estoy en el "Lenguage Centre"), que son todas aquellas personas que quieren estudiar una carrera en la universidad de Otago, pero que necesitan la homologación de sus estudios, ya que vienen de otros países. La sala estaba bastante llena, éramos como unas 300 personas.
En primer lugar nos presentan a todos los miembros del grupo "de ayuda" de la universidad, a continuación a los profesores (de física, matemáticas, biología...), y por último llega el director.
Lleva una especie de capa roja y una cadena dorada en el cuello que es parecidísima al toisón de oro del símbolo de la Casa Real española.
Parece ser la persona más cercana a nosotros de todas las que nos han hablado hoy. Nos habla un poco de la historia de la universidad, de las tradiciones, y finalmente saca un papelito en el que tiene escritos todos los países que están presentes en la sala. Nos comenta que en cuanto diga el nombre de nuestro país tendremos que levantarnos. Es evidente que el grupo más numeroso estará formado por estudiantes asiáticos.
Comienza a leer, Japón, China, Indonesia, Tailandia, India, El Congo... y cuando dice Alemania, no sé por qué, me levanto, junto con otro chica. Afortunadamente no dice "España", porque en ese caso no sé que habría hecho...
Al final, junto con un chico del Reino Unido hacemos un total de tres europeos, aunque el número de americanos tan sólo asciende a cinco (dos canadienses, dos estodounidenses, y una brasileña).
Después de cantar una canción sobre Dunedin se despide de nosotros.
A continuación tenemos un café en la sala común. Está llena de gente. Es bastante divertido porque vas saludando a todo el mundo y preguntándo de dónde viene y qué quiere hacer aquí, y si ves que no hay más conversación, pues te buscas otra persona.
Sobre las 12:15 comienza la barbacoa, aunque por desgracia la lluvia se encarga de arruinárnosla, por lo que nos vemos obligados a meter todas las cosas dentro del edificio.

Y a las 14:00 la sala se empieza a vaciar porque nos van a dar los horarios del lunes a los alumnos del "Language Centre", y además nos dirán el nivel en el que nos han colocado. Tras esperar en la cola, llegamos a una mesa en la que buscan nuestro nombre. "David Santos ¿no?" me dice la señora. Busca mi horario y en cuanto me lo da miro mi nivel....¡"Advanced"! ¡Toooooma!
Ya para terminar nos dan unos cuadernos y algunos folletos informativos y nos vamos a casa.
El lunes empezaremos "en serio".

miércoles, 18 de febrero de 2009

¿Es usted japonés? Pues si quiere aprender inglés, no se vaya a Nueva Zelanda.

Hoy he ido, por primera vez, a la universidad de Otago. Nada más entrar en el hall me encuentro con un montón de gente. Me acerco a una señora (que parece ser la que lo está dirigiendo todo) y tras preguntarle el qué debo hacer, me dice que busque mi nombre en la mesa de al lado. Mi nombre aparece en una pegatina verde. Me la pego en la camiseta para que todo el mundo sepa quién soy yo (nunca mejor dicho). Entre la multitud asiática intento buscar una cara que me recuerde a Europa. Imposible.
A los pocos minutos nos empiezan a dividir en función del color de nuestra pegatina. Amarillos en un lado, rojos en otro y finalmente, los verdes.
Tras sentarnos, entra una persona para informarnos de que en breve comenzarán las pruebas para colocarnos en los distintos niveles. La primera es la de "speaking". Mientras se van llevando individualmente a algunos alumnos aprovecho para hablar con los que están a mi alrededor. Casualmente la chica que está a mi izquierda es alemana, de Colonia. Salvo Kun, que es tailandés, el resto de personas que están en la misma mesa que yo son japonesas.
En ese instante entran dos profesores pidiendo un par de voluntarios. Me ofrezco, es mi turno.

Nos pasamos toda la mañana haciendo pruebas
(después de la primera quedaban
"listening","writing", y "reading"), hasta que, a las 12:30 llega la pausa para comer.
El tour por el campus universitario comienza a las 13:30, después del cual tendremos diversas charlas informativas acerca de la forma de trabajar, la división de clases... Por último, la visita por Dunedin.
"¡Dios mío, pero si parecemos un grupo turístico!" me digo mientras veo como una oleada de japoneses se dirige a los autobuses con las cámaras en la mano.
La primera parada la hacemos en lo alto de una montaña desde la cual se ve toda la bahía de Dunedin. Es una pena que esté nublado, y a pesar de ello es espectacular.
Mientras tanto, los japoneses, están dando lo mejor de sí, sancando fotos a todo aquello que se mueve o que parece formar parte de la zona. Intento no quedarme parado no vaya a ser que piensen que soy una escultura maori (tribu que dominaba Nueva Zelanda antes de la llegada de los europeos).


Siguiente parada, la estación de tren. La mayoría de los edificios "antiguos" aquí en Dunedin son muy parecidos, marcados claramente por las lineas del estilo colonial británico.


Mientras circulamos en el autobus, nuestro "guía" (un profesor de la universidad) va haciendo comentarios bastante interesantes. De hecho, si alguno de los japoneses hubiera prestado atención en vez de estar hablando japonés (ya sé que es mucho pedir) se habría enterado, por ejemplo, de que los europeos no fueron capaces de vencer a los maori y tuvieron que alcanzar un acuerdo, o que, la gran cantidad de edificios "bonitos" en Dunedin se debe a que fue la ciudad más importante de Nueva Zelanda durante la fiebre del oro en esta zona a mediados del siglo XIX.
Mientras recorremos nuestro camino para llegar a St Clair's Beach podemos ver la fabrica de chocolate Cardbury y la antigua prisión de Dunedin.
Cuando llegamos allí me sorprende enormemente que haya gente que no quiera bajar a ver la playa porque dice que está cansada. En fin, cada uno a lo suyo.
Aunque ya la he visto un par de veces (de hecho, como tú bien me decías Ángel, estuve corriendo por ella el otro día) no me importaría verla una y mil más. Pero hoy tiene algo especial. Además de los típicos surfers en el agua, tenemos un visitante que llama la atención. ¡Un foca en la playa! (aunque no lo parezca, está viva, y además, es libre)

Me dicen que es bastante frecuente verlas por aquí y que a menudo están en el agua jugando con los bañistas (me aparece una de estas mientras me baño en el Sardinero y me da un infarto).
Esta era la última parada del recorrido. A continuación nos dejan de nuevo en la universidad.

Mientras ando hacia la parada del autobús pienso que mañana será un día aún mejor.

martes, 17 de febrero de 2009

El día a día

Lunes 16 de febrero, 7:15 am, comienza mi segundo día en Dunedin.
Nada más levantarme me voy a la ducha mientras pienso lo que haré en un día que, a primera vista, parece aburrido, ya que Michael y Tory tienen colegio, por lo que no habrá nadie en casa, y yo sigo sin tener nada que hacer en especial porque la universidad no empieza hasta el jueves.
Me sorprende encontrar tan sólo a Paula en la cocina, pues se supone que sus hijos tienen que coger el autobús a las 7:50. Pero mientras desayuno, la respuesta viene por sí sola. Michael entra en la cocina con el plato del desayuno (vacío) en la mano. "No puede ser" me digo. Pues sí, resulta que "mis hermanos" desayunan siempre en su habitación sentados en la cama o paseándose por la habitación. Simplemente increíble. Después de superar este "shock" continúo desayunando y al poco tiempo aparece Paula y me dice que Tory no va al colegio, está acatarrada, por lo que se pasará casi todo el día en la cama.

Una vez que me he vestido, decido ir a "St Kilda's beach" que está a unos quince minutos andando. Después de haber comprobado varias veces en Google Maps que me sé la ruta a seguir de memoria, salgo de casa.
A pesar de que hace un día soleado y se puede ver el cielo azul hace fresco, sobretodo por el viento, que es bastante frío.
Unos minutos antes de llegar puedo oir el romper de las olas. Preparo la cámara (hoy no me la he olvidado en casa). Y por fin, la veo: una playa de unos 3 ó 4 km, el agua llena de espuma y la marea subiendo. Tras hacer algunas fotos me quedo mirando, al menos durante un cuarto de hora, el movimiento del mar. Es fantástico, como rompen las olas, todas de un forma distinta, como unas se montan sobre otras para romper de nuevo cerca de la orilla, el rugido del mar, el viento levantandola arena y la espuma. Creo que podría estar ahí durante horas.






De vuelta en casa Paula me dice que si me apetece ir a ver un partido de voleibol en el que juega Tory. Allá vamos (aunque sorprendido porque "mi hermana" vaya a jugar acatarrada. Esto me suena a cuento). El caso es que una vez allí, juegan el partido, pierden, y nos quedamos a ver el partido de los chicos. Francamente, a pesar de su espectacularidad, el juego de los chicos no me interesa mientras pueda estar mirando a todas esas jugadoras de voleibol que circulan por el pabellón. El espécimen femenino neozelandés es sobresaliente (lo siento, de esto no subo fotos, jajajaja...).
El resto de la tarde, tras haber cenado a las 18:30, lo paso en casa. Esto deseando hacer algo, pero no se me ocurre nada. Me parece que este día ha terminado.