domingo, 15 de febrero de 2009

El viaje

Me encuentro en la terminal número 2 del aeropuerto de Frankfurt, frente a la puerta de embarque "E-5". En breve estaré cogiendo un vuelo que me llevará, después de varias escalas, a la otra punta del mundo. No puedo describir cómo me siento, tan sólo puedo decir que esta este momento no me había dado cuenta del cambio que iba a suponer este viaje en mi vida día a día. Lejos de mis "papis", mis hermanos, mis amigos, mi idioma, y lejos en definitiva de todo lo que conozco.
Tras quince minutos de retraso, empezamos a embarcar. Al sentarme siento que me invade una sensación de sueño instantaneamente, ni siquiera me despierto durante el despegue. Una hora después empiezan a servir la cena (a pesar de que sean las 00:45) y no sé por qué, me entra un hambre feroz. A continuación me quedo dormido mientras veo una película y no me despierto hasta la hora del desayuno, a tan sólo dos horas de mi llegada a Singapur.
Después de doce horas de vuelo lo que más me apetece es estirar las piernas. Salgo del avión y lo primero que hago es acercarme a una pantalla informativa para comprobar que mi vuelo de conexión con Sidney no tiene ningún problema. Y no, no lo tiene, pero lo que ocurre es que como mi vuelo desde Frankfurt iba retrasado (y no sé cómo, se ha retrasado más mientras volábamos) tan sólo tengo una hora "corta" de descanso, pero este tiempo se reduce bastante teniendo en cuenta que tengo que pasar de nuevo un control del equipaje de mano y de documentación, con lo que, finalmente, decido ir directamente a la puerta de embarque y esperar allí.

El vuelo a Sidney es mucho más corto, "sólo" siete horas. En el avión puedo sentir el ambiente australiano después de haber visto a varios ejemplares de Cocodrilo Dundee.
Afortunadamente, en el aeropuerto de Sidney tengo unas dos horas de descanso.
Después de haber visto todas las tiendas me pongo a leer un libro hasta que llega la hora de embarcar.




Mi próximo destino es Christchurch, Nueva Zelanda. Las vistas desde el avión son preciosas, pero como la suerte no está de mi lado, la ventanilla frente a la que estoy sentado da justo al ala.



Cuando aterrizamos me pongo en pie y al abrir el compartimento para sacar mis cosas cae una especie de bandolera que podría contener una cámara (parece que a pesar de haber oido mil veces el mensaje de "su equipaje puede haberse desplazado durante el aterrizaje" la gente lo coloca como le da la gana). El caso es que su propietario, que tiene una cara de zoquete que no puede con ella, se agacha a cogerla y me dice "Not a good idea"; pues entonces que me explique cómo narices iba a sacar mi maleta; me entran unas ganas de estrangularle con ese abrigo que se ha puesto en la cintura a modo de falda y que le da un aspecto de no saber atarse ni los cordones de las zapatillas.
Allí tengo que recoger el equipaje facturado porque lo tienen que someter a inspección para comprobar que no contenga nada que pueda alterar el ecosistema neozelandés.
La espera para el último vuelo a Dunedin se hace eterna, y para colmo el aeropuerto de Chirstchurch es bastante aburrido. Finalmente embarco en el avión, que por cierto, parece de juguete. Me vuelvo a dormir a pesar de que el asiento se empeña en que no lo consiga, y en cuanto despierto las ruedas del avión estan a punto de hacer contacto con el suelo para aterrizar.
Por fin estoy en "casa". En cuanto atravieso la puerta y llego a la zona de llegadas me encuentro con "mi familia", o al menos parte de ella: Paula y su hija Victoria. Recojo el equipaje y nos marchamos a casa. Allí conozco a Scott, marido de Paula, y a Marco, su segundo y último hijo. Además tienen perro (Rocko, nombre de un ex-jugador de los All Blacks) y gata.
De momento el "jetlag" no ha hecho su aparición, pero le estoy esperando.
Prácticamente después de llegar cenamos(son casi las ocho), mientras Paulas me explica el horario que tienen allí (normalmente cenan a las seis de la tarde... ¡¡¡Dios mío esto es peor que Alemania!!!)
A continuación Paula me lleva a dar una vuelta en coche por Dunedin, y a ver la playa de St Clair y St Kilda, con unas olas las dos que el simple hecho de verlas hace que a uno le entren ganas de tirarse al agua con una tabla bajo el brazo.
Ahora me toca deshacer la maleta, y luego, a la bendita camita.


2 comentarios:

  1. Hola David

    Acabo de leer tu blog y ver el vídeo de tu nueva casa. Tan lejos y tan cerca. Seguiremos tus andanzas con mucho interés y no te cortes, cuentanos todo y manda fotos de todo. He reenviado la dirección de tu blog a tus primas para que también estén al día.

    Un abrazo

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  2. Todo muy interesante, queremos saber más pero, por favor, el próximo video, a ser posible de la playa, grabalo un poquito más despacio!! Pedazo de cama!! Qué tal se llevan el perro y la gata?
    Que lo disfrutes!! Un beso desde Münster.
    Mª Luisa

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